domingo, 21 de agosto de 2011

EL PESO DE UNA OMSA


EUGENIO TAVERAS....La sociedad ve con asombro cómo las guaguas de la OMSA, casi todas chatarras, desaparecen de las calles de Santiago, con la seguridad de que la misma situación se da por los predios del Distrito y la provincia Santo Domingo.
    
Los usuarios contemplan con dolor las precarias condiciones en que anda la mayor parte de los autobuses que con el sudor del pueblo adquieren en cada cuatrienio los charlatanes que les toca manejar los destinos de la nación, con el pretexto de abaratar los costos y así la población utilice los servicios a un precio asequible.

La misma sociedad se queda estupefacta cuando se entera de que ni el subsidio del propio gobierno ni lo poco que recolectan los manejadores del lucrativo negocio alcanza para pagar los innumerables salarios, lujosos en muchos casos, pues, con ellos se cumplen compromisos contraídos en campaña.

El supuesto transporte colectivo a bajo costo y subsidiado casi en su totalidad por el Estado es vilipendiado por un grupito de inconscientes comerciantes politiqueros que lo único que llegan al puesto es a cogerse, sin ningún escrúpulo, la limosna que produce el santo, dejándolo despilfarrado y, como el que … y no lo siente, abandonan el altar con el buche lleno de un dinero que no les pertenece, pero por el que saben no les será impuesta ninguna pena, porque como dije antes es el pago, muy bien remunerado, de un encomiable trabajo hecho en campaña a favor de un partido equis y cuya inversión debe ser pagada en quintuplicado y quién sabe.

La descripción que se puede dar de una chatarra, digo, de una guagua de la OMSA, es deprimente a toda costa, ya que se observan en todas las rutas interurbanas de la ciudad descorazonada, un día de los treinta caballeros, detenidas por cualquier quítame esta paja:  que el radiador se quedó sin agua, que una punta de eje se fue a pique, que la transmisión dio su último suspiro, que el motor se trancó, que una yanta no aguantó más, se dio por vencida y explotó, porque no cumplía la más mínima condición para andar rodando; como también por una correa que de tanto gritar a los oídos de los encargados de su esmerado cuidado, debió salirse del tiempo e irse a otra galaxia.

Perdonen mis exageraciones y mentiras inventadas, pero lo que está a la vista no necesita espejuelos; sin embargo, un día voy parsimoniosamente camino a casa por la calle España y llegando a la 27 de Febrero mis ojos vieron la negritud de una nube a escasas pulgadas del pavimente asfáltico que intentaba vomitar su contenido acuífero, pero mi ingenua equivocación se quedó en un simple espejismo, pues, resulta que, arropada por el humo y detenida por el semáforo en rojo, surgió como de la nada, acompañada de un ruido ensordecedor un ave gris, que al volar a ras de tierra dejó a su paso el cansancio provocado por el exceso de uso y la queja, a simple vista, de que el trato dispensado por los encargados de darle mantenimiento se quedó en la promesa de que el barco que traía los repuestos para tales fines fue desviado a un país inexistente por unos piratas de alta mar, última modalidad para no poner en peligro el transporte y mucho menos vidas humanas.

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